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miércoles, 21 de junio de 2023

Los Escépticos.

 

1. 

A principios de los años 90 del siglo pasado se puso de moda un programa de televisión llamado ¿Y usted qué opina? que conducía Nino  Canún. Nino hizo una serie de esos programas sobre el tema de los ovnis.  Para crear polémica a los supuestos avistamientos, que presentaba Jaime Maussán, invitaba a un grupo de personas que fuimos conocidos genéricamente como Los Escépticos.

Nunca me gustó el título, porque me parecía despectivo, era una manera de decir que éramos incrédulos; o peor,  en algunos casos necios, cerrados a las “evidencias” videograbadas que la contraparte presentaba. Me parecía que el nombre mismo que nos daban era ya un veredicto del debate. ¿Por qué no llamar al otro grupo, Los Crédulos o Los Fraudulentos, según fuera el caso.

El grupo de los escépticos estaba conformado por personas muy interesantes, a las que nos organizaba Mario Méndez Acosta No todos asistíamos a los mismos programas y es posible que olvide los nombres de algunas personas, pero entre los que recuerdo, además del propio Mario, estaba Carlos Calderón quien además de ser ingeniero y ganarse la vida como tal, lo mismo que Mario, era también ilusionista profesional y gran conocedor de todo tipo de trucos para engañar la buena fe de las personas.

Estaba también Mauricio José Schwarz quien a través de su blog El retorno de los charlatanes[1] sigue haciendo una valiosa labor de divulgación de la ciencia y combate a las supercherías. Nos acompañaban también con frecuencia el sicólogo Héctor Escobar Sotomayor; su tocayo, de apellido Chavarría y Luis Ruiz Noguez.

No tengo duda de que había dos tipos de “creyentes” en el fenómeno ovni: los que lo eran de buena fe y los que habían hecho de su “creencia” un buen negocio.  Con ninguno de los dos grupos se podía argumentar, con los segundos por que como se dice informalmente: les iba en el gallo (o en el negocio). Con los primeros porque estaban tan seguros de tener la razón que se les dijera lo que se les dijera, siempre encontraban una manera de ajustarlo a su creencia . Tengo la impresión de que muchas veces nos veían con un poco de conmiseración por vernos tan lejos de la verdad. 

Como la transmisión ocurría en vivo, con público; varias veces en los cortes comerciales, en mi camino al baño, alguna persona se levantaba y cortésmente trataba de convencerme de lo que ella había visto y vivido.

Otras veces no eran tan corteses y los gritos y abucheos que seguían a nuestras intervenciones me hacía pensar en que estábamos jugando de visitantes, en un estadio lleno de seguidores del rival.

Algunas veces entraban llamadas telefónicas apoyando alguno de nuestros puntos de vista, pero las más de las veces eran en contra de ellos. Algunas ocasiones los amigos o compañeros que nos veían, en sus casas, se quejaban: “Traté de llamar, pero era imposible que entrara la llamada”.

Por supuesto que era frustrante recibir ese tipo de respuesta de parte del público en el estudio y a través de las llamadas telefónicas. Me consolaba pensando que quizás en la audiencia que seguía la emisión habría varias personas a las que lo que decíamos, les serviría.

Veía las  intervenciones de mis compañeros escépticos y me daba cuenta de que aunque ingeniosas e inteligentes no eran atendidas, es más muchas veces eran percibidas como agresiones; en parte seguramente porque el ingenio que llevaban tenía una fuerte dosis de sarcasmo.

Aunque con ninguno de los dos tipos de creyentes -los de buena fe y los comerciantes- se podía realmente dialogar, la conversación pública no era para convencerlos a ellos, sino para tratar de que eventuales espectadores  indecisos sobre el fenómeno ovni,  que siguieran la transmisión en casa, tuvieran elementos para darse cuenta del punto de vista racional, que eventualmente los acercara a la ciencia. 

Pero a ese público había que dirigirse de manera que no sintiera que nuestros argumentos eran de autoridad, la autoridad de la ciencia; que no se pensara agredido por nuestro aparente sentimiento de superioridad, ni por nuestra frustración.

Siempre, mientras duró la emisión, consideré que la actitud desfavorable del público era debida a su ignorancia, dicho en un sentido no peyorativo, sino literal: a que no entendían el lenguaje de la ciencia, ni les interesaba.

Tuvieron que pasar varios años para que cayeran en mis manos libros como El cerebro político, Contra el método, Religión y Ciencia, El pensamiento Salvaje y La Sorcière  que, junto con otras lecturas, me hicieron entender, primero, porque las personas creyentes no oyen argumentos en contra de lo que creen y pensar, después, en una manera diferente a la de la confrontación directa, con los creyentes, que nos ayude a todos quienes estamos dispuestos al análisis de puntos de vista diferentes, a quitarnos lo ignorantes.

Es cierto que puede ser muy terapéutico discutir con algunos de esos embaucadores mesiánicos y exhibir su mala fe, desafortunadamente la historia ha mostrado que no es por ese rumbo que la gente, sin parte tomada en el debate, se fijará en los argumentos racionales. 



[1] http://charlatanes.blogspot.mx/


jueves, 1 de diciembre de 2022

Crónica parcial de un doble viaje: por el Estado de México y por los intereses de Harold McIntosh.

 

Texto cortesía de René García  sobre la conversación  La biblioteca de Harold McIntosh en el ciclo 2022-3 de Ciencia, Conciencia y Café.

La tecnología, en la mayoría de las situaciones, resulta ser un aliado para llevar a cabo  una infinidad de tareas en la vida cotidiana; en otras, sin embargo, es causante de extravíos involuntarios. No obstante, pensar en ir a lugares que no conocemos sin el apoyo de las aplicaciones de navegación ya es imposible.

 

Estas aplicaciones fueron desarrolladas por hombres con un perfil como el del Dr. Harold McIntosh: personas de mentes en constante generación de ideas o de proyectos que buscan crear conocimiento para beneficio de la humanidad.

Es justo en honor a este científico que se desarrolló, en el Facultad de Estudios Superiores Cuautitlán, de la Universidad Nacional Autónoma de México, la décima charla del ciclo 2023-1 de Ciencia, Conciencia y Café, el 23 de noviembre pasado.

Como su propio nombre lo indica esta dependencia de la UNAM está ubicada en Cuautitlán, Estado de México. Nuestro recorrido, desde la ciudad de Puebla, no estuvo exento de incidentes que nos fueron sumando minutos de retraso, según indicaba la aplicación de navegación que nos guiaba hacia el campo 4 de la FES C, lugar donde… ¡no era la presentación de Ciencia, Conciencia y Café! El sitio correcto era el campo 1 de esa dependencia.

Lleno de vergüenza por el retraso de 20 minutos, me dirigí a la explanada donde nos esperaban ya grades académicos de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) con quienes me tocaba compartir micrófono en esa conversación.

El nombre del ciclo de conferencias resultó ser bastante oportuno. Lo primero que me ofrecieron al sentarme para iniciar la transmisión fue un café que lubricara la conversación y al mismo tiempo, aminorara la sed generada por el recorrido y nerviosismo que siempre acompaña una presentación en público.

El Dr. Rafael Fernández, anfitrión del evento, me cedió la palabra para hablar del Dr. McIntosh.  Inicié dando algunos datos personales de él y describiendo brevemente la colección bibliográfica -de más de 4 mil volúmenes de monografías y más de 6 mil fascículos de journals-  que donó a la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, poco antes de su fallecimiento, en el año 2015. El acervo es  un claro reflejo de sus intereses y gustos, no solo en el ámbito académico sino también en el sentido de sus gustos por la narrativa.

Preciso es decir que no tuve la fortuna de conocerlo en persona, pero lo he hecho, en cierta manera, por sus libros, las anécdotas y documentos personales que dejan claro el gran personaje que fue el Dr. Harold, quien dejó una huella profunda entre sus alumnos y  colegas e incluso en algunas  personas que, de manera fortuita, tuvieron algún contacto con él.

Sus áreas de interés, en el aspecto científico, son tan diversas como complejas, y así quedó patente en la conversación del Dr. Alejandro Pisanty, cuyas intervenciones me asombraron por la experiencia que tiene en las áreas de la Química Cuántica y de los softwares que son una gran herramienta en la resolución de los problemas tan complejos de esa área.

A pregunta expresa de los asistentes habló, Pisanty, incluso del tema de la computación cuántica. En este sentido fue abrumador escuchar esas palabras con su tremendo peso de conocimiento.

De igual manera, fue aleccionador el coincidir con la Dra. Tamara Alcántara a quien , un fin de semana anterior a la charla, había tenido el placer de conocer brevemente en la Biblioteca Central de la BUAP. En esa ocasión sólo pudimos intercambiar unas palabras y acordamos brevemente que le haría llegar la información concerniente a los metadatos de la colección McIntosh.

Ya en la plática de Ciencia, Conciencia y Café atestigüé la agudeza con la que dio revisión al documento solicitado, porque dio detalle de las materias que abarcaban los libros del doctor. Un listado que no era sencillo de analizar, por la cantidad de información contenida, fue resumido y compartido en sus palabras de manera brillante.

Así pues, rodeado de gente tan conocedora de vida y obra del Dr. Harold McIntosh redescubrí el gran tesoro que se resguarda en el tercer nivel de nuestra biblioteca, en la Autónoma de Puebla. Tesoro que  debe ser socializado con la comunidad universitaria, con pares de otras instituciones y con el público en general para que esos materiales  puedan ser un punto de influencia en la ciencia, la educación y la cultura.

El fondo McIntosh es el legado de un extranjero que hizo de nuestro país su hogar. Un hombre que también  dejó huella de su paso por  otras instituciones de educación e investigación en México; como el Instituto Politécnico Nacional, el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados, el Instituto de Investigaciones en Matemáticas Aplicadas y en Sistemas  de la UNAM y la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

Valga esta crónica parcial del doble viaje; por los territorios del Estado de México y por los de los intereses de Harold McIntosh como una invitación a conocer el fondo documental que nos donó y que está en custodia por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.